In Opinión
Por: Eduardo Vera
Presidente del Directorio del  Centro Nacional en Sistemas de Información en Salud (CENS)

La presión a la que están sometidos los sistemas de salud en la pandemia demuestra que el uso de tecnologías de información es una necesidad imprescindible. Antes del COVID-19, era difícil pensar que la incorporación de innovadores desarrollos en este sector se diera en forma acelerada. La oportunidad surge hoy pues tales cambios son un desafío urgente.

En Chile, dos cosas han quedado demostradas: primero, que el país dispone de una calidad de atención médica y de personal de primer nivel, ya que su labor ha sido admirable; y segundo, que la crisis de la salud es resultado de una demanda a la que no es posible responder de la forma tradicional.

Necesitamos, entonces, reducir significativamente la demanda que satura a los hospitales y trasladar esfuerzos a una atención primaria con acceso remoto a especialistas, mediante plataformas que diagnostiquen tempranamente y den seguimiento preventivo a los pacientes.

La telemedicina tiene el potencial para reducir las brechas en calidad y acceso, contribuyendo a un sistema de salud notablemente más eficiente.

No cabe duda que si el país logra desplegar las nuevas capacidades tecnológicas disponibles, disminuirían la cantidad de derivaciones y las listas de personas esperando por una operación en los hospitales.

La evidencia demuestra que los mayores costos de la salud obedecen al pequeño porcentaje de usuarios que llega a un estado grave y requiere atenciones complejas. Un enfoque preventivo puede reducir este impacto.

Para ello, la telemedicina y el uso de sensores y dispositivos para el monitoreo en tiempo real –que conecten a equipos médicos con el paciente y su entorno– permitirían una salud pública de más calidad y menor costo.

Los consultorios están inmersos en el territorio, cerca de los ciudadanos, y quienes allí se desempeñan conocen mejor que nadie la realidad. Fortalecer sus capacidades preventivas, con herramientas tecnológicas, reduciría la demanda sobre los hospitales, con menores costos y mayor acceso, mejorando las estadísticas y el conocimiento de salud de la población.

Desde CENS, diversos proyectos –fruto de la activa colaboración de académicos de las cinco universidades que lo integran– han demostrado que no es la tecnología la piedra de tope. Entre otros avances: sensores para viviendas de la tercera edad en la Universidad de Valparaíso; plataformas para atención remota de especialistas en las universidades de Talca y Concepción; y un reciente proyecto ANID para detectar neumonía por COVID-19, con inteligencia artificial, en la Universidad de Chile.

El desafío es hacer escalables las soluciones, romper barreras culturales que den espacio a nuevas ideas y vincular a la academia, la iniciativa privada y el Estado en ese camino. En Chile, disponemos de ciencia e innovación de muy alta calidad, pero generalmente esta llega sólo al nivel de prototipos. Lo que falla es el apoyo para el escalamiento a pilotos y luego la necesaria inversión requerida para su comercialización y adopción masiva.

El contexto actual nos empuja como nunca a dar el salto. No es fácil tomar riesgos, especialmente en salud, pero cuando nos vemos superados, nace con fuerza la demanda por nuevas fórmulas más eficaces. Es una oportunidad única que tenemos la obligación de aprovechar.